Juan es un hombre de 32 años, su pelo negro y tez semi-oscura, conforman armoniosa su cara, mezcla de orgullosos indígenas y altos conquistadores, cara nerviosa que inspecciona sus alrededores mientras timido pide un café a la quinceañera mesera. La vida de Juan no ha sido ni es fácil, pero a pesar de eso el siempre a logrado llevar las cosas de la mejor manera, Juan tenía una persona que lo apoyaba día y noche sin importa que pasara, él tenía un respaldo invisible a los ojos, Juan era creyente.
Desde muy pequeño Juan aprendió que la vida es una ruleta, y que lamentablemente el no tira los dados, pero si recibe los resultados. A la temprana edad de los 5 años, Juan vio como un incontrolable cáncer se llevó la vida de su padre, y como su mamá le dijo: “Tranquilo hijo, Dios lo hizo por algo”.
“Dios lo hizo por algo”, repitió Juan hasta su adultez, desde niño aprendió que este benévolo ser tiene un plan para cada uno de nosotros, y si bien el camino no es fácil, siempre termina uno triunfando, sólo tiene que esperar que ese caprichoso Dios decida algún día alegrarnos la existencia.
Los años pasaban y la vida de Juan cosechaba más desgracias que alegrías, su madre incapaz de soportar la muerte de su marido, se sumió en el alcohol, ahogando sus penas en un vaso de pisco llegó un día que no soportó más, y entre tambaleos y visiones nubladas, tomó el revolver de su difunto esposo y apuntándoselo a la sien tomó el boleto más rápido para encontrarse con su amado. Juan llegó ese día tarde a casa, había logrado un premio estudiantil, corrió velozmente hasta la puerta de su madre y sus oscuros ojos no daban crédito a lo que veían, sus lágrimas aportaron sal a la tibia sangre que yacía en el suelo de madera, Juan sólo atinó a pensar “Dios lo hizo por algo”.
Contra viento y marea, las constantes desgracias en la vida de Juan lo hicieron volverse más creyente, el siempre pensó que todo era pasajero, su envidiable fortaleza lo hacía pensar en un distante continente negro, donde se matan por diamantes y la gente muere de hambre. A pesar de sufrir la muerte de sus padres, vivir solo y tener 32 años sin haber sentido jamás el dulce sabor de un beso, Juan se decía que estaba tranquilo, porque existía gente en peor situación que él.
Un día, no como cualquier otro, Juan se encontraba en su departamento. Abrió con cuidado su laptop cuando casi se le desbordan los ojos de emoción ¡Por fin tenía una cita! Después de años buscando alguna compañía femenina en Internet, Juan lo había logrado, la mujer era alta y distinguida, mejor que cualquier mujer que su frágil imaginación hubiese creado, la cita era mañana a las 20:00 horas, se juntarían en el cine, frente al habitual café de Juan, el no creía lo que su pantalla plasmaba, Dios había escuchado sus plegarias, tanto sufrimiento al fin era justificado, esta vez Juan no lloraba, Juan reía “Dios lo hace por algo” pensó triunfal mientras cerraba su computador portátil.
Los impacientes ojos de Juan recorrían el local a una velocidad desorbitante. “Estoy duchado, perfumado y tengo el ramo de flores” pensó, mientras agradecía a la quinceañera mesera su café expresso, Juan estaba nervioso, y se le notaba.
El reloj marcaba las 20:01 y Juan no podía aguantar su nerviosismo, mojaba impaciente sus labios con el amargo brebaje maldiciendo para sus adentros “¿me habrá abandonado Dios? No, no lo creo, que necio de mi parte, el lo hace por algo”. Completamente destrozado dejó la propina en la mesa cuando se apresto a botar el ramo de flores… Justo un segundo antes algo sintió en su corazón, al otro lado se encontraba su amada, nerviosa chequeba su reloj de pulsera esperando encontrarse con su Romeo. La alegría de Juan era infinita, al fin, ahora si, el lo había logrado.
Con una velocidad fulminante Juan cruzó la calle que los separaba, la mujer al verlo correr hacía ella se llenó de emoción y extendió sus suaves brazos para apretarlo contra su pecho, Juan estiro los brazos y sintió un sensación sin igual, un abrazo fuerte y duro como ningún otro recorrió su cuerpo de pies a cabeza, pero este abrazo no era suave, sino duro, duro como el metal, es más, impenetrable como el acero. En su alocada corrida Juan fue arrollado por una camioneta segundos antes de encontrar a su platónica amada.
Una vez en el suelo y cubierto de sangre, Juan recordó el olor que despedía el cuerpo de su madre cuando yacía muerta en su cama, en ese momento Juan entendió lo que sucedía, y ante la aterrada mirada de su cita, en su último momento de lucidez, Juan no entendió porque hizo esto Dios, no comprendió porque le tocó sufrir tanto y ante el primer atisbo de felicidad, se le fue arrancado de las manos como la peor de la malezas. Juan nunca pidió nada, y del mismo modo nada recibió a cambio, Juan yace en el suelo, Juan no entiende que hizo mal, Juan no sabe que hizo para merecer esto, Juan cerró los ojos… Sólo Dios sabe donde está Juan.
Desde muy pequeño Juan aprendió que la vida es una ruleta, y que lamentablemente el no tira los dados, pero si recibe los resultados. A la temprana edad de los 5 años, Juan vio como un incontrolable cáncer se llevó la vida de su padre, y como su mamá le dijo: “Tranquilo hijo, Dios lo hizo por algo”.
“Dios lo hizo por algo”, repitió Juan hasta su adultez, desde niño aprendió que este benévolo ser tiene un plan para cada uno de nosotros, y si bien el camino no es fácil, siempre termina uno triunfando, sólo tiene que esperar que ese caprichoso Dios decida algún día alegrarnos la existencia.
Los años pasaban y la vida de Juan cosechaba más desgracias que alegrías, su madre incapaz de soportar la muerte de su marido, se sumió en el alcohol, ahogando sus penas en un vaso de pisco llegó un día que no soportó más, y entre tambaleos y visiones nubladas, tomó el revolver de su difunto esposo y apuntándoselo a la sien tomó el boleto más rápido para encontrarse con su amado. Juan llegó ese día tarde a casa, había logrado un premio estudiantil, corrió velozmente hasta la puerta de su madre y sus oscuros ojos no daban crédito a lo que veían, sus lágrimas aportaron sal a la tibia sangre que yacía en el suelo de madera, Juan sólo atinó a pensar “Dios lo hizo por algo”.
Contra viento y marea, las constantes desgracias en la vida de Juan lo hicieron volverse más creyente, el siempre pensó que todo era pasajero, su envidiable fortaleza lo hacía pensar en un distante continente negro, donde se matan por diamantes y la gente muere de hambre. A pesar de sufrir la muerte de sus padres, vivir solo y tener 32 años sin haber sentido jamás el dulce sabor de un beso, Juan se decía que estaba tranquilo, porque existía gente en peor situación que él.
Un día, no como cualquier otro, Juan se encontraba en su departamento. Abrió con cuidado su laptop cuando casi se le desbordan los ojos de emoción ¡Por fin tenía una cita! Después de años buscando alguna compañía femenina en Internet, Juan lo había logrado, la mujer era alta y distinguida, mejor que cualquier mujer que su frágil imaginación hubiese creado, la cita era mañana a las 20:00 horas, se juntarían en el cine, frente al habitual café de Juan, el no creía lo que su pantalla plasmaba, Dios había escuchado sus plegarias, tanto sufrimiento al fin era justificado, esta vez Juan no lloraba, Juan reía “Dios lo hace por algo” pensó triunfal mientras cerraba su computador portátil.
Los impacientes ojos de Juan recorrían el local a una velocidad desorbitante. “Estoy duchado, perfumado y tengo el ramo de flores” pensó, mientras agradecía a la quinceañera mesera su café expresso, Juan estaba nervioso, y se le notaba.
El reloj marcaba las 20:01 y Juan no podía aguantar su nerviosismo, mojaba impaciente sus labios con el amargo brebaje maldiciendo para sus adentros “¿me habrá abandonado Dios? No, no lo creo, que necio de mi parte, el lo hace por algo”. Completamente destrozado dejó la propina en la mesa cuando se apresto a botar el ramo de flores… Justo un segundo antes algo sintió en su corazón, al otro lado se encontraba su amada, nerviosa chequeba su reloj de pulsera esperando encontrarse con su Romeo. La alegría de Juan era infinita, al fin, ahora si, el lo había logrado.
Con una velocidad fulminante Juan cruzó la calle que los separaba, la mujer al verlo correr hacía ella se llenó de emoción y extendió sus suaves brazos para apretarlo contra su pecho, Juan estiro los brazos y sintió un sensación sin igual, un abrazo fuerte y duro como ningún otro recorrió su cuerpo de pies a cabeza, pero este abrazo no era suave, sino duro, duro como el metal, es más, impenetrable como el acero. En su alocada corrida Juan fue arrollado por una camioneta segundos antes de encontrar a su platónica amada.
Una vez en el suelo y cubierto de sangre, Juan recordó el olor que despedía el cuerpo de su madre cuando yacía muerta en su cama, en ese momento Juan entendió lo que sucedía, y ante la aterrada mirada de su cita, en su último momento de lucidez, Juan no entendió porque hizo esto Dios, no comprendió porque le tocó sufrir tanto y ante el primer atisbo de felicidad, se le fue arrancado de las manos como la peor de la malezas. Juan nunca pidió nada, y del mismo modo nada recibió a cambio, Juan yace en el suelo, Juan no entiende que hizo mal, Juan no sabe que hizo para merecer esto, Juan cerró los ojos… Sólo Dios sabe donde está Juan.