jueves, 22 de mayo de 2008

Valparaíso y la Sebastiana:
La guinda del jardín de cemento


Desde una caliente “Chorrillana” hasta los más finos poemas de Neruda. Una exploración a las entrañas de una de las ciudades más antiguas e importantes de Chile, donde la ciudad y la casa del Poeta serán los principales ingredientes del plato de fondo, donde lo turístico y lo nativo se funden para crear la mejor de las poesías.



A ires de revolución y protesta planeaban junto a la suave niebla de Valparaíso con la misma complicidad que tienen el té y la leche en un buen desayuno inglés. Se puede observar el resguardo policial expectante ante una nueva protesta universitaria que ese día no asomó sus narices y en su contraste la gente moviéndose a un paso calmado oriundo de nuestras provincias. Este es el clima que se vive en Valparaíso, una localidad orgullosa con pálpito propio e imponentes buques, esta es la urbe que fue madre de uno de los diarios más viejos de Sudamérica y madre adoptiva de uno de los poetas más grandes que hayan pisado tierras criollas, esta es la ciudad de Valparaíso.
¿Cómo describir una ciudad como esta? Es la pregunta que se deben hacer los miles de turistas que visitan año a año el puerto más importante de Chile, y claro que no es una pregunta fácil, cuando la respuesta se haya perdida entre empinados cerros que se conectan con estrechos y laberínticos pasillos sólo capaces de ser navegados por los expertos ojos porteños. Uno de estos cerros, el cual una conocida teleserie nacional hizo famoso, se muestra a los curiosos turistas para caminar por sus calles donde se puede casi respirar lo que Valparaíso suda, literatura y manifestación, pero no tome la manifestación como un acto de vandalismo, sino como la necesidad de expresar el arte, música e ideas de cualquier manera, inclusive cuando esto implique “ensuciar” el entorno.
“Cafetería Librería Café con letras” rezaba uno de los cuantos carteles que habitaban en el Cerro Alegre, esta mezcla de café y literatura propia de la cultura parisina se hacía presente frente a un oscuro graffiti que tatuado a una rocosa muralla gritaba irónico “Salud compañeros x el paco muerto”, esta curiosa imagen se veía adornada por numerosos “stencils”[1] y dos jóvenes aparentemente nórdicos que bajaban con sus pesadas mochilas por la ciudad. Más abajo se encontraba uno de los orgullos del puerto, el ascensor “El Peral”, una cabina para máximo siete personas, manejada por rieles y ruedas parecidas a las que “La Bella Durmiente” ocuparía antes de sumirse en su casi eterno sueño. En este lugar que funcionaba hace más de cien años se encontraba Cristián, un hincha del Everton, quien hace tan sólo dos años manejaba los ascensores, tarea que ejercía con absoluta maestría, mientras comentaba entusiasta cuales eran las fechas donde más turistas acudían a “El Peral” por un viaje de hermosa vista.
Bajando en la cabina y con la vida de siete personas en las manos de Cristián, se logra observar Valparaíso en su salada esencia y hermosos paisajes. El viaje es corto y es seguido por una caja donde se paga la módica suma de doscientos pesos, precio justo, si pensamos en el agotador trayecto que significaría para los pies capitalinos subir el cerro. A sólo pasos de aquel lugar, se encuentra “Ale” un tranquilo porteño que mientras lavaba autos (oficio que ejercía hace seis años) no se molestaba en dar una pequeña clase de geografía, en la cual la quinta región era la protagonista.
En Valparaíso se pueden hacer muchas cosas, entre ellas obedecer a nuestra necesidad biológica de comer, y que mejor lugar para hacerlo que uno de los tantos locales que hay en esta ciudad, las chorrillanas corren a la orden del día, siendo plato principal del puerto y no manjar exclusivo del “J Cruz”, en estos locales se puede también emular a “el club de la bota” y beber una fría y refrescante cerveza, tema que nos lleva a nuestra última y gran parada en Valparaíso, la casa de Pablo Neruda.
El Barrio alrededor de la casa es tranquilo, se pueden observar las coloridas casas de Valparaíso que brotan como tiernas hojas primaverales en un opaco otoño. Un poco más abajo de la casa/museo se encuentra el almacén “San Sebastián”, en donde un par de ancianos comentan sobre su pan “calentito” y como la comunión de dicho manjar con la mantequilla se haría presente en sus mesas. A la izquierda de este viejo almacén se divisan dos postes de luz, el primero rayado con los colores de la Universidad De Chile, el segundo con el verde y blanco que recordaba a Santiago Wanders, poste que se erguía con absoluto orgullo porteño, como marcando el territorio al poste invasor.
Subiendo por Av. Ferrari un poco más a la izquierda, en una perfecta combinación, se encontraban antiguos y ásperos carteles de bebidas junto a numerosos perros en las calles, oriundos de esta inclinada selva urbana, en la cual se movían con igual propiedad que un león en la Sabana. Todo esto con un fondo musical militar que probablemente les hacía honores a los marinos estadounidenses, dejando en claro que esto era un puerto y se encontraba en constante movimiento.
Serpenteando nuevamente estos únicos cerros (sólo comparables con los de la costa de Lisboa), se encuentra la guinda de la torta que ofrece esta colorida ensalada de frutas llamada Valparaíso: la casa del poeta. Esta particular vivienda (como lo son todas las que albergaban a Neruda) fue obra del Arquitecto Sebastián Collado, lo que explica el nombre de esta (La Sebastiana).
El recorrido por la casa de Neruda irónicamente no empieza por su casa, esto se debe a que en realidad era una casa compartida, y los dominios del rey de los versos no comenzaban sino hasta el segundo piso. Avanzando en este histórico recorrido, encontramos en una sala una de las grabaciones de Neruda, la pequeña sala rojiza es el teatro donde navega la melancólica, pausada y triste voz del poeta mientras recita unos de sus cuantos versos.
Subiendo por unas altas escaleras nos encontramos con su sala de estar, Lord Cochrane, se lleva las miradas al ser una figura repetida en el lugar, se lee la frase “el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre el niño que vivía en él y que le hará mucha falta” una frase que sería confirmada por el espíritu jovial de Neftalí Reyes, al poseer diversas “trampas” para sus invitados, entre las que destacaban falsas “pedicuras” y espejos que deformaban los cuerpos de quienes en él se reflejaban.
Pero en esta casa no todo era juegos, estaba estrictamente prohibido que alguien cruzara la barra mientras Pablo prepara el famoso “Coquetelón” para sus amistades (encantador trago que incluía; 2 partes iguales de coñac y champaña, un poco de cointreau y tan sólo unas gotas de jugo de naranja). Otra regla inquebrantable era que jamás se debía hablar como poeta y que la siempre fría cerveza se tomaba sólo en un jarrón teutón.
Si bien Pablo Neruda era un amante de la diversión, necesitaba un momento y lugar para escribir, por lo común su escritorio cumplía con esas funciones, pero era el sillón “nube” su favorito, inmaculado titán negro donde más de alguna vez fue manchado con tinta del poeta, esa tinta verde como sangre de eucalipto que recuerda a Neruda de sus araucanas tierras natales.
Acabando el tour las miradas se posan en la pieza de Neruda, la cual adornada con dibujos de la reina de Etiopía y una envidiable vista, representan los puntos más llamativos del lugar donde Pablo junto a Matilde descansaban sus parpados. Esto demuestra una vez más porque la Sebastiana está en Valparaíso y no en otro lugar, y es porque sencillamente no puede estar en otro lugar, la casa es en el fondo Valparaíso, cada una de las salas y detalles representan a su forma esta colorida ciudad que tanto amó Neruda y que de cierta forma dejó este amor plasmado en la vivienda.
Saliendo de la casa se vuelven a escuchar los murmullos de los viajeros, acentos argentinos, británicos y alemanes son los más notorios y mientras estos acentos se pierden en el aire marino, el sol se funde con el mar en el ocaso, regalándonos fugaces momentos de oros intocables y anunciando el término del día y del mismo modo la partida de los curiosos buses.


[1] Estilo de Graffiti con imágenes pre hechas en cartón,

miércoles, 14 de mayo de 2008

LA SABIDURÍA DE LOS ANTIGÜOS

Apesar de no considerarme un hombre religioso, de hecho orgullosamente agnóstico (Lo que no quita que sea espiritual) hojeando un libro de Erich Fromm (Psicoanálisis a la sociedad contemporánea) me he percatado de algo que no deja de asombrarme, como una historia aparentemente sin sentido y fantasiosa como los es "Adán y Eva" puede tener una explicación biológica que hubiese dejado tanto a la iglesia católica como a los darwinistas contentos, esta es una teoría que en el fondo el texto bíbliclo explica a la perfección la teoría de la evolución sin siquiera percatarse (o sin que se percaten sus lectores), quizás dicha teoría tiene más de creación que de similitudes reales, pero aún así creo que vale la pena conocer.
Si nos remontamos a los textos bíblicos sobre la creación del hombre, leemos que este último vivía en una perfecta armonía con la naturaleza, que vivía en un equilibrio sin igual y que tan sólo tenía una prohibición: comer del fruto prohíbido, cuando finalmente lo hizo el hombre tomó conciencia de si mismo, se dió cuenta que estaba desnudo y comenzó a taparse y luego Dios lo castigó y lo obligó a vivir fuera del paraíso para nunca volver. Ahora ustedes se preguntarán ¿Qué tiene que ver esto con la teoría de la evolución? La respuesta es simple, todo, o quizás casi todo, me explico, el hombre en un comienzo era un primate y pertenecía al mismo reino que el resto de los animales, siguiendo sus necesidades biológicas coexistía con el resto de los seres vivientes de forma completamente natural, esto hasta un punto cuando por evolución lo que fue alguna vez un primate se convirtió en un ser humano, y fue justo en ese momento cuando comimos de la fruta prohíbida, dejamos de ser animales ya que comenzamos a tener conciencia de nosotros, dejamos de coexistir con "el paraíso" ya que eramos distintos, creamos lenguajes, signos y cultura destacándonos por sobre el resto de los seres vivientes, y de igual manera que los ángeles con flamantes espadas de fuego prohíbieron el re-ingreso de Adán al paraíso, nosotros nunca volvimos a coexistir con la naturaleza de la misma manera en que lo hicimos en nuestros comienzos y nunca volveremos a hacerlo. Nuestra conciencia fue lo que nos expulsó de este bienestar monótono y natural el cual significaba ser un animal, y nos dejó desnudos y concientes de nosotros mismo ante un mundo que giraba sin detenerse a contestarnos nuestras preguntas.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Calidoscopio de grandeza

(Éste es algo de Expresión escrita sobre mi comuna)
Despierto un sábado por la mañana, abro las ventanas de mi pieza e inhalo profundamente el frío aire precordillerano que abunda en mi hogar. Me voy a la ducha y dejo que la torrentosa agua galope cual cascada sobre mi cabeza mientras reflexiono sobre el azar que es la vida ¿Quién iba a imaginar que “La Dehesa de Santiago del Nuevo Extremo” fundada en 1540 por Pedro de Valdivia sería más tarde mi hogar? ¿Habrá recostado él su cansada espalda en los pastos que hoy conforman mi patio? ¿Serán las tierras anteriormente compradas por Don Francisco de Paule de Barrenechea el porqué del nombre de la comuna? Muchas de estas incógnitas no las resolví, es más, en la mayoría no recibí respuesta alguna, pero si me hizo pensar en mi comuna y en la gente que en ella vive.
Me causa asombro pensar que vivo en la comuna más grande de Santiago, si bien no somos la con mayor cantidad de habitantes, nuestras fronteras coquetean alegremente con las lejanas pampas trasandinas. Tierra es también Lo Barnechea de singulares contrastes, basta cruzar “el puente nuevo” con la mirada, para encontrar casas de cartón y a sólo unos metros de estas frágiles estructuras, acomodadas casas que albergan brillantes convertibles. No menos extraño es mirar el espeso humo de las micros, cuando detrás de él se logra divisar un alegre “Huaso” volviendo del Cuasimodo.
Al volver a mi casa, me acuesto en las suaves sabanas blancas y vuelvo a pensar en donde vivo, un lugar como muchos, pero uno que alberga no sólo la historia de Pedro de Valdivia o de Vicente Dávila Larraín, sino también la de toda mi vida.

Aswan, Egipto

Aswan, Egipto

Nueva Delhi, India

Nueva Delhi, India