Valparaíso y la Sebastiana:
La guinda del jardín de cemento
Desde una caliente “Chorrillana” hasta los más finos poemas de Neruda. Una exploración a las entrañas de una de las ciudades más antiguas e importantes de Chile, donde la ciudad y la casa del Poeta serán los principales ingredientes del plato de fondo, donde lo turístico y lo nativo se funden para crear la mejor de las poesías.
La guinda del jardín de cemento
Desde una caliente “Chorrillana” hasta los más finos poemas de Neruda. Una exploración a las entrañas de una de las ciudades más antiguas e importantes de Chile, donde la ciudad y la casa del Poeta serán los principales ingredientes del plato de fondo, donde lo turístico y lo nativo se funden para crear la mejor de las poesías.
A ires de revolución y protesta planeaban junto a la suave niebla de Valparaíso con la misma complicidad que tienen el té y la leche en un buen desayuno inglés. Se puede observar el resguardo policial expectante ante una nueva protesta universitaria que ese día no asomó sus narices y en su contraste la gente moviéndose a un paso calmado oriundo de nuestras provincias. Este es el clima que se vive en Valparaíso, una localidad orgullosa con pálpito propio e imponentes buques, esta es la urbe que fue madre de uno de los diarios más viejos de Sudamérica y madre adoptiva de uno de los poetas más grandes que hayan pisado tierras criollas, esta es la ciudad de Valparaíso.
¿Cómo describir una ciudad como esta? Es la pregunta que se deben hacer los miles de turistas que visitan año a año el puerto más importante de Chile, y claro que no es una pregunta fácil, cuando la respuesta se haya perdida entre empinados cerros que se conectan con estrechos y laberínticos pasillos sólo capaces de ser navegados por los expertos ojos porteños. Uno de estos cerros, el cual una conocida teleserie nacional hizo famoso, se muestra a los curiosos turistas para caminar por sus calles donde se puede casi respirar lo que Valparaíso suda, literatura y manifestación, pero no tome la manifestación como un acto de vandalismo, sino como la necesidad de expresar el arte, música e ideas de cualquier manera, inclusive cuando esto implique “ensuciar” el entorno.
“Cafetería Librería Café con letras” rezaba uno de los cuantos carteles que habitaban en el Cerro Alegre, esta mezcla de café y literatura propia de la cultura parisina se hacía presente frente a un oscuro graffiti que tatuado a una rocosa muralla gritaba irónico “Salud compañeros x el paco muerto”, esta curiosa imagen se veía adornada por numerosos “stencils”[1] y dos jóvenes aparentemente nórdicos que bajaban con sus pesadas mochilas por la ciudad. Más abajo se encontraba uno de los orgullos del puerto, el ascensor “El Peral”, una cabina para máximo siete personas, manejada por rieles y ruedas parecidas a las que “La Bella Durmiente” ocuparía antes de sumirse en su casi eterno sueño. En este lugar que funcionaba hace más de cien años se encontraba Cristián, un hincha del Everton, quien hace tan sólo dos años manejaba los ascensores, tarea que ejercía con absoluta maestría, mientras comentaba entusiasta cuales eran las fechas donde más turistas acudían a “El Peral” por un viaje de hermosa vista.
Bajando en la cabina y con la vida de siete personas en las manos de Cristián, se logra observar Valparaíso en su salada esencia y hermosos paisajes. El viaje es corto y es seguido por una caja donde se paga la módica suma de doscientos pesos, precio justo, si pensamos en el agotador trayecto que significaría para los pies capitalinos subir el cerro. A sólo pasos de aquel lugar, se encuentra “Ale” un tranquilo porteño que mientras lavaba autos (oficio que ejercía hace seis años) no se molestaba en dar una pequeña clase de geografía, en la cual la quinta región era la protagonista.
En Valparaíso se pueden hacer muchas cosas, entre ellas obedecer a nuestra necesidad biológica de comer, y que mejor lugar para hacerlo que uno de los tantos locales que hay en esta ciudad, las chorrillanas corren a la orden del día, siendo plato principal del puerto y no manjar exclusivo del “J Cruz”, en estos locales se puede también emular a “el club de la bota” y beber una fría y refrescante cerveza, tema que nos lleva a nuestra última y gran parada en Valparaíso, la casa de Pablo Neruda.
El Barrio alrededor de la casa es tranquilo, se pueden observar las coloridas casas de Valparaíso que brotan como tiernas hojas primaverales en un opaco otoño. Un poco más abajo de la casa/museo se encuentra el almacén “San Sebastián”, en donde un par de ancianos comentan sobre su pan “calentito” y como la comunión de dicho manjar con la mantequilla se haría presente en sus mesas. A la izquierda de este viejo almacén se divisan dos postes de luz, el primero rayado con los colores de la Universidad De Chile, el segundo con el verde y blanco que recordaba a Santiago Wanders, poste que se erguía con absoluto orgullo porteño, como marcando el territorio al poste invasor.
Subiendo por Av. Ferrari un poco más a la izquierda, en una perfecta combinación, se encontraban antiguos y ásperos carteles de bebidas junto a numerosos perros en las calles, oriundos de esta inclinada selva urbana, en la cual se movían con igual propiedad que un león en la Sabana. Todo esto con un fondo musical militar que probablemente les hacía honores a los marinos estadounidenses, dejando en claro que esto era un puerto y se encontraba en constante movimiento.
Serpenteando nuevamente estos únicos cerros (sólo comparables con los de la costa de Lisboa), se encuentra la guinda de la torta que ofrece esta colorida ensalada de frutas llamada Valparaíso: la casa del poeta. Esta particular vivienda (como lo son todas las que albergaban a Neruda) fue obra del Arquitecto Sebastián Collado, lo que explica el nombre de esta (La Sebastiana).
El recorrido por la casa de Neruda irónicamente no empieza por su casa, esto se debe a que en realidad era una casa compartida, y los dominios del rey de los versos no comenzaban sino hasta el segundo piso. Avanzando en este histórico recorrido, encontramos en una sala una de las grabaciones de Neruda, la pequeña sala rojiza es el teatro donde navega la melancólica, pausada y triste voz del poeta mientras recita unos de sus cuantos versos.
Subiendo por unas altas escaleras nos encontramos con su sala de estar, Lord Cochrane, se lleva las miradas al ser una figura repetida en el lugar, se lee la frase “el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre el niño que vivía en él y que le hará mucha falta” una frase que sería confirmada por el espíritu jovial de Neftalí Reyes, al poseer diversas “trampas” para sus invitados, entre las que destacaban falsas “pedicuras” y espejos que deformaban los cuerpos de quienes en él se reflejaban.
Pero en esta casa no todo era juegos, estaba estrictamente prohibido que alguien cruzara la barra mientras Pablo prepara el famoso “Coquetelón” para sus amistades (encantador trago que incluía; 2 partes iguales de coñac y champaña, un poco de cointreau y tan sólo unas gotas de jugo de naranja). Otra regla inquebrantable era que jamás se debía hablar como poeta y que la siempre fría cerveza se tomaba sólo en un jarrón teutón.
Si bien Pablo Neruda era un amante de la diversión, necesitaba un momento y lugar para escribir, por lo común su escritorio cumplía con esas funciones, pero era el sillón “nube” su favorito, inmaculado titán negro donde más de alguna vez fue manchado con tinta del poeta, esa tinta verde como sangre de eucalipto que recuerda a Neruda de sus araucanas tierras natales.
Acabando el tour las miradas se posan en la pieza de Neruda, la cual adornada con dibujos de la reina de Etiopía y una envidiable vista, representan los puntos más llamativos del lugar donde Pablo junto a Matilde descansaban sus parpados. Esto demuestra una vez más porque la Sebastiana está en Valparaíso y no en otro lugar, y es porque sencillamente no puede estar en otro lugar, la casa es en el fondo Valparaíso, cada una de las salas y detalles representan a su forma esta colorida ciudad que tanto amó Neruda y que de cierta forma dejó este amor plasmado en la vivienda.
Saliendo de la casa se vuelven a escuchar los murmullos de los viajeros, acentos argentinos, británicos y alemanes son los más notorios y mientras estos acentos se pierden en el aire marino, el sol se funde con el mar en el ocaso, regalándonos fugaces momentos de oros intocables y anunciando el término del día y del mismo modo la partida de los curiosos buses.
[1] Estilo de Graffiti con imágenes pre hechas en cartón,
¿Cómo describir una ciudad como esta? Es la pregunta que se deben hacer los miles de turistas que visitan año a año el puerto más importante de Chile, y claro que no es una pregunta fácil, cuando la respuesta se haya perdida entre empinados cerros que se conectan con estrechos y laberínticos pasillos sólo capaces de ser navegados por los expertos ojos porteños. Uno de estos cerros, el cual una conocida teleserie nacional hizo famoso, se muestra a los curiosos turistas para caminar por sus calles donde se puede casi respirar lo que Valparaíso suda, literatura y manifestación, pero no tome la manifestación como un acto de vandalismo, sino como la necesidad de expresar el arte, música e ideas de cualquier manera, inclusive cuando esto implique “ensuciar” el entorno.
“Cafetería Librería Café con letras” rezaba uno de los cuantos carteles que habitaban en el Cerro Alegre, esta mezcla de café y literatura propia de la cultura parisina se hacía presente frente a un oscuro graffiti que tatuado a una rocosa muralla gritaba irónico “Salud compañeros x el paco muerto”, esta curiosa imagen se veía adornada por numerosos “stencils”[1] y dos jóvenes aparentemente nórdicos que bajaban con sus pesadas mochilas por la ciudad. Más abajo se encontraba uno de los orgullos del puerto, el ascensor “El Peral”, una cabina para máximo siete personas, manejada por rieles y ruedas parecidas a las que “La Bella Durmiente” ocuparía antes de sumirse en su casi eterno sueño. En este lugar que funcionaba hace más de cien años se encontraba Cristián, un hincha del Everton, quien hace tan sólo dos años manejaba los ascensores, tarea que ejercía con absoluta maestría, mientras comentaba entusiasta cuales eran las fechas donde más turistas acudían a “El Peral” por un viaje de hermosa vista.
Bajando en la cabina y con la vida de siete personas en las manos de Cristián, se logra observar Valparaíso en su salada esencia y hermosos paisajes. El viaje es corto y es seguido por una caja donde se paga la módica suma de doscientos pesos, precio justo, si pensamos en el agotador trayecto que significaría para los pies capitalinos subir el cerro. A sólo pasos de aquel lugar, se encuentra “Ale” un tranquilo porteño que mientras lavaba autos (oficio que ejercía hace seis años) no se molestaba en dar una pequeña clase de geografía, en la cual la quinta región era la protagonista.
En Valparaíso se pueden hacer muchas cosas, entre ellas obedecer a nuestra necesidad biológica de comer, y que mejor lugar para hacerlo que uno de los tantos locales que hay en esta ciudad, las chorrillanas corren a la orden del día, siendo plato principal del puerto y no manjar exclusivo del “J Cruz”, en estos locales se puede también emular a “el club de la bota” y beber una fría y refrescante cerveza, tema que nos lleva a nuestra última y gran parada en Valparaíso, la casa de Pablo Neruda.
El Barrio alrededor de la casa es tranquilo, se pueden observar las coloridas casas de Valparaíso que brotan como tiernas hojas primaverales en un opaco otoño. Un poco más abajo de la casa/museo se encuentra el almacén “San Sebastián”, en donde un par de ancianos comentan sobre su pan “calentito” y como la comunión de dicho manjar con la mantequilla se haría presente en sus mesas. A la izquierda de este viejo almacén se divisan dos postes de luz, el primero rayado con los colores de la Universidad De Chile, el segundo con el verde y blanco que recordaba a Santiago Wanders, poste que se erguía con absoluto orgullo porteño, como marcando el territorio al poste invasor.
Subiendo por Av. Ferrari un poco más a la izquierda, en una perfecta combinación, se encontraban antiguos y ásperos carteles de bebidas junto a numerosos perros en las calles, oriundos de esta inclinada selva urbana, en la cual se movían con igual propiedad que un león en la Sabana. Todo esto con un fondo musical militar que probablemente les hacía honores a los marinos estadounidenses, dejando en claro que esto era un puerto y se encontraba en constante movimiento.
Serpenteando nuevamente estos únicos cerros (sólo comparables con los de la costa de Lisboa), se encuentra la guinda de la torta que ofrece esta colorida ensalada de frutas llamada Valparaíso: la casa del poeta. Esta particular vivienda (como lo son todas las que albergaban a Neruda) fue obra del Arquitecto Sebastián Collado, lo que explica el nombre de esta (La Sebastiana).
El recorrido por la casa de Neruda irónicamente no empieza por su casa, esto se debe a que en realidad era una casa compartida, y los dominios del rey de los versos no comenzaban sino hasta el segundo piso. Avanzando en este histórico recorrido, encontramos en una sala una de las grabaciones de Neruda, la pequeña sala rojiza es el teatro donde navega la melancólica, pausada y triste voz del poeta mientras recita unos de sus cuantos versos.
Subiendo por unas altas escaleras nos encontramos con su sala de estar, Lord Cochrane, se lleva las miradas al ser una figura repetida en el lugar, se lee la frase “el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre el niño que vivía en él y que le hará mucha falta” una frase que sería confirmada por el espíritu jovial de Neftalí Reyes, al poseer diversas “trampas” para sus invitados, entre las que destacaban falsas “pedicuras” y espejos que deformaban los cuerpos de quienes en él se reflejaban.
Pero en esta casa no todo era juegos, estaba estrictamente prohibido que alguien cruzara la barra mientras Pablo prepara el famoso “Coquetelón” para sus amistades (encantador trago que incluía; 2 partes iguales de coñac y champaña, un poco de cointreau y tan sólo unas gotas de jugo de naranja). Otra regla inquebrantable era que jamás se debía hablar como poeta y que la siempre fría cerveza se tomaba sólo en un jarrón teutón.
Si bien Pablo Neruda era un amante de la diversión, necesitaba un momento y lugar para escribir, por lo común su escritorio cumplía con esas funciones, pero era el sillón “nube” su favorito, inmaculado titán negro donde más de alguna vez fue manchado con tinta del poeta, esa tinta verde como sangre de eucalipto que recuerda a Neruda de sus araucanas tierras natales.
Acabando el tour las miradas se posan en la pieza de Neruda, la cual adornada con dibujos de la reina de Etiopía y una envidiable vista, representan los puntos más llamativos del lugar donde Pablo junto a Matilde descansaban sus parpados. Esto demuestra una vez más porque la Sebastiana está en Valparaíso y no en otro lugar, y es porque sencillamente no puede estar en otro lugar, la casa es en el fondo Valparaíso, cada una de las salas y detalles representan a su forma esta colorida ciudad que tanto amó Neruda y que de cierta forma dejó este amor plasmado en la vivienda.
Saliendo de la casa se vuelven a escuchar los murmullos de los viajeros, acentos argentinos, británicos y alemanes son los más notorios y mientras estos acentos se pierden en el aire marino, el sol se funde con el mar en el ocaso, regalándonos fugaces momentos de oros intocables y anunciando el término del día y del mismo modo la partida de los curiosos buses.
[1] Estilo de Graffiti con imágenes pre hechas en cartón,