Una ávida crítica a la televisión, que tomando en consideración aspectos de nuestra idiosincrasia, intenta descubrir por qué es como es la televisión, y por qué es tan difícil cambiarla.
Algunos la llaman “caja tonta”, Cristián Warnken “horno crematorio azul”, la RAE la define como “Transmisión de la imagen a distancia, valiéndose de ondas hertzianas” y nosotros la llamamos televisión. Lo cierto es que hay muchos nombres y adjetivos para describir este aparato que vino para cambiar la historia del siglo 20 (y por cierto la del 21), pero ¿Sabemos realmente lo qué es?, o más aún ¿Sabemos con certeza para qué la queremos?
Si de algo estamos seguros es que la televisión pasó a ser un agente cotidiano en la actualidad, la gente llega del trabajo a verla, los niños no se despegan de ella y gran parte del país se hipnotiza de de 8 a 9 de la noche disfrutando de teleseries mientras se maravillan con los enredos sentimentales ajenos e inventados. La penetración de este medio de comunicación audiovisual es impresionante, pero lamentablemente no ha sido para bien.
Las funciones de la televisión son: Formar opinión, educar, informar y entretener. Es paradójico que a pesar de existir cuatro funciones que debieran ser cumplidas equitativamente, sólo la última se lleve gran parte de la torta. La televisión dejó de ser un aparato auxiliar de la cultura, sino que privó de cierta manera a la gente de la misma, la excesiva entretención audiovisual inhibe a los niños a imaginar y crear juegos para entretenerse, la falta de imaginación va de la mano con la falta de creatividad y curiosidad, lo que curiosamente (valga la redundancia) hizo a la gente levantarse a conocer y entender al mundo. Pascal criticó a los aristócratas franceses del siglo 17 por pasárselas de juerga y nunca cuestionarse ni hacerse preguntas importantes, pero poco sabemos que hoy estamos aún en peores circunstancias que en los tiempos de Pascal, pues ya no sólo evitamos pensar de forma colectiva discutiendo nimiedades, en el siglo 21 evitamos el pensamiento solos, casi de forma autista, frente a la brillante pantalla del televisor.
Si bien la televisión no ha aportado al fomento de la cultura como todos esperamos, el problema no es sólo el de ella, sino de todos nosotros que la consumimos, no existe Frankenstein sin su doctor y creador, por lo que no existe la TV sin el ser humano. Algo muy interesante sobre la televisión, es que de cierta forma logra reflejar en gran parte la sociedad, lo burdo abunda, lo libresco no “prende” y todo es repasado con una alarmante superficialidad. La manera de ver TV demuestra en gran parte como vive la sociedad en este mundo globalizado, la velocidad es imperante, sólo lo que produce es útil y lo que no desechable (por Dios que hay basura en el mundo), esto podríamos llamarlo como bien diría Warnken la cultura del “Zapping”, expeditivas pinceladas sin capacidad de llegar a lo profundo ni a la médula de asunto alguno, todo se toca con ligereza y rapidez, ¡Pero cuidado con detenerse a analizar! Pues el mundo acepta cuotas pero no críticas y los rebeldes son comercializados y adaptados para el “entertainment”.
Al parecer que esta cultura televisiva, o más bien “Cultura Huachaca” como la llamaría Pablo Huneeus, no sólo es un monstruo creado por nosotros, sino también nosotros nos hemos vuelto esclavos del mismo, como en “Yo, robot” de Isaac Asimov, nuestra creación se volvió en nuestra contra y no hay aparente manera de controlarla, pero me refiero a un control racional, ya que nosotros de algún modo obedecemos a nuestro inconciente, el cual es manejado por una fuerza subliminal aún mayor… la publicidad.
Según mi análisis, el problema principal de la televisión radica en el momento justo cuando ésta contrajo matrimonio con la publicidad. En este matrimonio una parte pone el dinero para la subsistencia del otro, mientras que éste último tiene el deber de obedecerle. El gran dilema es que hoy la televisión se mueve básicamente por los patrones de la oferta y la demanda. Lo que tiene rating (sea o no basura) recibe dinero y publicidad, lo que no tiene rating (aún siendo un programa cultural de peso y no una discusión de futbolistas con modelos) es desechado como un plato roto. La importancia de la publicidad en la TV distorsionó lo que ésta era en su esencia, y lo que debió ser una buena novela audiovisual (Entretenida y educativa), terminó siendo una sangrienta lucha de gladiadores, donde lo ganador (ojo, no siempre lo mejor) se mantiene y lo que no sirve es arrojado a la fosa sin sutileza alguna.
Ante este escenario la solución expuesta por Huneeus en su libro “La Cultura Huachaca” sería la más lógica, ésta es crear un impuesto para la “buena televisión”, lo que sería una suerte de “salvavidas”, ya que no dependería de la publicidad ni de los ratings para crear productos de calidad. Lastimosamente para todos, Alejandro Navas descarta esta opción, pues dice que eso se ha intentado y no ha tenido los resultados esperados, básicamente por que no tiene sentido mantener algo que el público exige pero a la vez ignora, por lo mismo deberíamos ser honestos y como consumidores aceptar nuestra culpa en lo que juntos hemos creado. El que no ha visto TV, que tire la primera piedra.
Si de algo estamos seguros es que la televisión pasó a ser un agente cotidiano en la actualidad, la gente llega del trabajo a verla, los niños no se despegan de ella y gran parte del país se hipnotiza de de 8 a 9 de la noche disfrutando de teleseries mientras se maravillan con los enredos sentimentales ajenos e inventados. La penetración de este medio de comunicación audiovisual es impresionante, pero lamentablemente no ha sido para bien.
Las funciones de la televisión son: Formar opinión, educar, informar y entretener. Es paradójico que a pesar de existir cuatro funciones que debieran ser cumplidas equitativamente, sólo la última se lleve gran parte de la torta. La televisión dejó de ser un aparato auxiliar de la cultura, sino que privó de cierta manera a la gente de la misma, la excesiva entretención audiovisual inhibe a los niños a imaginar y crear juegos para entretenerse, la falta de imaginación va de la mano con la falta de creatividad y curiosidad, lo que curiosamente (valga la redundancia) hizo a la gente levantarse a conocer y entender al mundo. Pascal criticó a los aristócratas franceses del siglo 17 por pasárselas de juerga y nunca cuestionarse ni hacerse preguntas importantes, pero poco sabemos que hoy estamos aún en peores circunstancias que en los tiempos de Pascal, pues ya no sólo evitamos pensar de forma colectiva discutiendo nimiedades, en el siglo 21 evitamos el pensamiento solos, casi de forma autista, frente a la brillante pantalla del televisor.
Si bien la televisión no ha aportado al fomento de la cultura como todos esperamos, el problema no es sólo el de ella, sino de todos nosotros que la consumimos, no existe Frankenstein sin su doctor y creador, por lo que no existe la TV sin el ser humano. Algo muy interesante sobre la televisión, es que de cierta forma logra reflejar en gran parte la sociedad, lo burdo abunda, lo libresco no “prende” y todo es repasado con una alarmante superficialidad. La manera de ver TV demuestra en gran parte como vive la sociedad en este mundo globalizado, la velocidad es imperante, sólo lo que produce es útil y lo que no desechable (por Dios que hay basura en el mundo), esto podríamos llamarlo como bien diría Warnken la cultura del “Zapping”, expeditivas pinceladas sin capacidad de llegar a lo profundo ni a la médula de asunto alguno, todo se toca con ligereza y rapidez, ¡Pero cuidado con detenerse a analizar! Pues el mundo acepta cuotas pero no críticas y los rebeldes son comercializados y adaptados para el “entertainment”.
Al parecer que esta cultura televisiva, o más bien “Cultura Huachaca” como la llamaría Pablo Huneeus, no sólo es un monstruo creado por nosotros, sino también nosotros nos hemos vuelto esclavos del mismo, como en “Yo, robot” de Isaac Asimov, nuestra creación se volvió en nuestra contra y no hay aparente manera de controlarla, pero me refiero a un control racional, ya que nosotros de algún modo obedecemos a nuestro inconciente, el cual es manejado por una fuerza subliminal aún mayor… la publicidad.
Según mi análisis, el problema principal de la televisión radica en el momento justo cuando ésta contrajo matrimonio con la publicidad. En este matrimonio una parte pone el dinero para la subsistencia del otro, mientras que éste último tiene el deber de obedecerle. El gran dilema es que hoy la televisión se mueve básicamente por los patrones de la oferta y la demanda. Lo que tiene rating (sea o no basura) recibe dinero y publicidad, lo que no tiene rating (aún siendo un programa cultural de peso y no una discusión de futbolistas con modelos) es desechado como un plato roto. La importancia de la publicidad en la TV distorsionó lo que ésta era en su esencia, y lo que debió ser una buena novela audiovisual (Entretenida y educativa), terminó siendo una sangrienta lucha de gladiadores, donde lo ganador (ojo, no siempre lo mejor) se mantiene y lo que no sirve es arrojado a la fosa sin sutileza alguna.
Ante este escenario la solución expuesta por Huneeus en su libro “La Cultura Huachaca” sería la más lógica, ésta es crear un impuesto para la “buena televisión”, lo que sería una suerte de “salvavidas”, ya que no dependería de la publicidad ni de los ratings para crear productos de calidad. Lastimosamente para todos, Alejandro Navas descarta esta opción, pues dice que eso se ha intentado y no ha tenido los resultados esperados, básicamente por que no tiene sentido mantener algo que el público exige pero a la vez ignora, por lo mismo deberíamos ser honestos y como consumidores aceptar nuestra culpa en lo que juntos hemos creado. El que no ha visto TV, que tire la primera piedra.
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