sábado, 25 de julio de 2009

El reloj


Son las 7 de la tarde del cuatro de febrero de 1895. El cielo está blanco y nublado, y las calles vacías, hoy habrá tormenta de nieve. Una carroza galopa por los pequeños edificios de ladrillo, en su interior lleva a Richard Smith, el verdugo de Nueva York, quien se dirige a su casa tras acabar con la última ejecución del día.
El cochero deja a Smith en la puerta de su hogar, una casa campestre a las afueras de la ciudad, antigua y alejada de los ruidos, el único sonido que perturbaba el inquebrantable silencio era el ocasionar ulular de los búhos que se posaban en los desnudos árboles de alrededor. "Cuídese del frío señor" le dijo el cochero, "hoy nevará con fuerza", Richard asintió y le dio un par de monedas, luego se dirigió a su casa y cerró la puerta con llave.
Al entrar a su hogar, colgó su negro abrigo en el perchero y dejó su sombrero de copa sobre la mesa, cerró las ventanas, y corto leña con su hacha para prender la chimenea. Con los troncos ya crujiendo bajo el abrazo del fuego, Smith prendió una vela y se quedó solo en el comedor.
Richard Smith siempre ha sido un "lobo solitario", desde muy pequeño que la compañía le parece algo inútil, un "sin sentido" como afirma él. Nunca fue de muchos amigos ni relaciones cercanas con su familia, fue hijo único, por lo que no tiene hermanos ni hermanas que visitar, sus padres murieron víctimas de un mortal resfrío hace ya 15 años, y nunca ha tenido las intenciones de contraer matrimonio. Sin saberlo, su vida solitaria jamás le permitió desarrollar las emociones humanas, lo cual lo hacía el perfecto candidato para su trabajo. Smith era de los pocos que no pestañeaba cuando colgaba a un bandido, por lo que sus servicios siempre fueron solicitados y bien remunerados, nada mal para un tipo sin mucha educación y de familia humilde.
La casa de Richard era más bien simple y austera, tenía un desnivelado piso de madera y pocos adornos. Por lo general no había ningún objeto de valor, salvo su antiguo reloj cucú alemán. Era un reloj grande y magnífico que fue construido por su tátara abuelo, Karl Smith hace muchísimos años, desde entonces ha pasado de generación en generación por las manos de los Smith, sin excepción, lástima que Richard era el último de la familia, terminando no sólo con el linaje, sino también con una larga tradición.
El cucú marcaba las nueve, cuando Richard sacó una novela de Julio Verne, si bien no era un tipo ilustrado, se jactaba de ser un lector de novelas, quizás porque es el único momento donde lograba sostener un diálogo con alguien. Su dedo pasaba las ásperas hojas del libro mientras se sumergía en la prosa de Verne, pero algo lo distraía de su lectura, tic-tac-tic-tac el sonido del cucú retumbaba más firmemente en sus oídos. El ruido del cucú comenzó a desesperarle, el sepulcral silencio de su casa se veía interrumpido constantemente, tic-tac-tic-tac.
"Maldición", dijo Richard, el antiguo reloj le impedía concentrarse en el libro. Cada ve el reloj desesperaba más a Smith, cada vez que los segundos pasaban más molesto se hacía todo al verdugo. "¿Por qué nos mataste?" creyó oír Smith, comenzó a morderse las uñas. "No, no, no, yo no maté a nadie, los ejecuté, ese es mi trabajo, alguien tiene que hacerlo" repetía religiosamente Richard mientras miraba paranoico a sus espaldas. "Fuimos inocentes..." escucho de nuevo Smith, y el ruido del cucú se volvía cada veza más infernal tic-tac-tic-tac. Richard comienza a golpear sus dedos en la mesa e intenta infructuosamente tararear una canción, pero es inútil, el tic-tac se volvía a ratos ensordecedor, he inundaba toda la casa con pequeños ecos.
Richard se para e intenta ir a dar una vuelta, saca su abrigo e intenta abrir la puerta, pero es imposible, la nieve a trabado la salida. De fondo sólo se escucha el cucú, tic-tac-tic-tac, "Debo estar volviéndome loco" pensó Smith, luego fue al baño para enjuagarse la cara. "Todo está bien, todo tranquilo" decía, mientras mojaba su cuello y detrás de las orejas, luego levanta la vista y da un salto espantado, en el reflejo del espejo creyó ver una niña que lo miraba a los ojos. Smith comenzó a temer y dio vuelta el espejo y todos los de la casa, tapó con cortinas los vidrios y todo lo que pudiera reflejar algo que él no estaba dispuesto a ver.
Intento tranquilizarse y concentrarse en Verne, abrió la novela y de nuevo escucho tic-tac-tic-tac, en cada golpe del segundero recordaba una muerte, a alguien asesinado. Tic, un hombre ahorcado, tac una pequeña niña abraza los pies sin vida de su padre, tic un hombre muere por una supuesta violación a la mujer del alcalde, tac un bandido sube a la horca. Richard tomo sus cabellos y empezó a tirarlos cada vez con más fuerza. "No era mi intención, lo juro, yo sólo hacía mi trabajo" decía, pero era inútil, susurros de millones de inocentes musitaban a su oído "asesino, ¿por qué lo hiciste?".
Smith no soportaba más, y comenzó a gritar como un loco "¡Qué te hecho a ti, reloj de mierda!", "déjame en paz, déjame en paz". Pero el reloj no tenía piedad, ahora cada tic-tac resonaba tan fuerte como una catedral en los oídos del verdugo de Nueva York. Cada vez más imágenes recorrían su memoria, podía recordar cada cara que desnucó, cada llanto de la familia del ejecutado, y cada mirada desconsolada de los espectadores, pero por sobre todos los recuerdos veía a esa niña, que abrazaba los pies de su padre segundos después que este fuera colgado, su cara regordeta y sus ojos llorosos, perseguían con culpabilidad a Smith.
Tic-tac, el sonido se volvió insoportable, Richard se paró y corrió a la chimenea, sacó el hacha y miró al cucú. "Ja ja ja, vamos a ver si sigues cantando después de esto hijo de puta" le dijo mientras tomaba el suave mango de madera de su arma. Se dirigió al reloj con la mirada desorbitada de un loco, despeinado y con ojos saltones, "ahora aprenderás a callar" le dijo al cucú, levantó el hacha y de una diminuta puerta salió un verde pájaro con ojos negros "cucú, cucú, cucú" le gritó al verdugo. Smith al mirar al pájaro cayó de espaldas petrificado de terror, esa pequeña criatura parecía juzgarlo como un juez cada vez que se asomaba y posaba sus ojos en él.
Antes que dejara de sonar el cucú, Smith tomó el hacha y saltó contra el reloj, comenzó aporreando con una fuerza endemoniada, madera, astillas, resortes y demases saltaban, mientras Richard en estado catárquico destrozaba años de historia. Golpeaba, golpeaba, y golpeaba, así estuvo 20 minutos sin parar, su mente estaba enfocada sólo en una misión, destrozar el reloj.
Smith siguió golpeando hasta que no encontró más pedazos, jadeando y con su camisa abierta se sentó en la mesa del comedor, sacó un Whisky del bar y comenzó a beberlo a pequeños sorbos mientras respiraba exhausto. "Gané, nunca más, nunca más los recuerdos" pensó triunfante y echó su transpirada cabeza hacia atrás, estuvo un minuto tranquilo recomponiéndose, hasta que volvió a escuchar, tic-tac, tic-tac, el sonido continuaba, una angustia apretó su vientre y cuello, ¿Qué estaba pasando?, comenzó a desesperarse, hasta que posó su mirada en la chimenea, ahí se encontraba su hacha.

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Aswan, Egipto

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Nueva Delhi, India

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